Por Rafael Céspedes Morillo
Para el segundo día en vez de una conferencia sobre el tema de la constituyente montamos un seminario sobre el mismo tema, solo que eran tres oradores y no solo uno.
El resultado fue como era de necesidad para los fines procurados, tanto así, que esa tarde fue recibido un télex desde el palacio presidencial anunciándose la audiencia de Chávez con el presidente Fernández de 7:00 a 7:20 p.m.
Así de precisa era la invitación en casi todas las actividades. Yo asistía, pero me mantenía lo más alejado posible de las cámaras y de la vista de los que no fuera necesario que me vieran, así, solo por razones de estilo.
Eran las cuatro de la tarde, cuando me retiré del salón donde se celebró el seminario, salón perteneciente al lugar que hoy ocupa el ministerio de Cultura.
Llegué a mi casa temprano,
Mi esposa estaba fuera del país y mi hija más pequeña no estaba bien de salud, pensando yo hasta aquí mi día de trabajo, pero en ese preciso momento me llamó Onofre Rojas para informarme lo de la audiencia con el Presidente Fernández y que además no habían podido resolver el tema de una casa apropiada para la recepción a su invitado y su comitiva.
Me pidió prestada la mía, me negué de todas y cada una de las formas que sabía hacerlo, usando la verdad como excusa para esconder mi falta de interés, pero tenía algunos problemas, uno de ellos Onofre conocía muy bien mi casa, así que los argumentos, reitero, validos, fueron: Virtudes está fuera del país, no garantizo buena atención, la planta está dañada y en una tarde no podré arreglarla.
Respuestas: voy a enviar a una de mis hermanas y a mi secretaria. Ellas se encargarán de arreglar la casa y preparar lo que será el brindis. Voy a hablar con el amigo de CDEEE para que garantice el suministro de energía.
Me quedé sin excusa y pronuncié un sin deseo: de acuerdo, que sea en mi casa. Así fue como Chávez llegó a mi casa.
Serían alrededor de las 9:50 p.m., porque la reunión Leonel/Chávez se había extendido por casi dos horas. Cuando anunciaron la llegada a la casa, unos cinco minutos antes de llegar, salí a la marquesina para darle la bienvenida al visitante con su comitiva.
Bienvenido a su casa, comandante, soy su anfitrión Rafael Céspedes. –Gracias tocayo, porque me llamo Hugo Rafael, qué bien, saludamos a los demás y entramos a compartir con un grupo de invitados que habían estado llegando, los que según llegaban iban siendo acomodados en las mesas dispuestas en el patio alrededor de la piscina.