Redacción.- Este 14 de febrero es “Miércoles de Ceniza”, con lo que los católicos inician la celebración de la Cuaresma que concluye con el Domingo de Resurrección.
La Iglesia católica celebra este tiempo litúrgico en el que, durante 40 días y a través de la vivencia del ayuno, la oración y la limosna, los fieles se preparan para la Semana Santa en la que se actualizan los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
En este tiempo los fieles están llamados a trabajar de manera especial en la conversión personal, exhortación que durante la imposición de las cenizas expresa el celebrante con las palabras: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Asimismo, con la expresión “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” se recuerda la caducidad y fragilidad de la vida humana en la que la muerte es un destino inevitable.
Según la costumbre antigua de los católicos, en ese día de ayuno y abstinencia los fieles se acercan al altar antes de la misa para que el sacerdote les marque la señal de la cruz en sus frentes con cenizas, obtenidas tras la quema de los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior.
Después de que su pulgar haya marcado cada frente, el sacerdote entona: “Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo volverás”. Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris, un recuerdo sobre la mortalidad en la vida terrenal. “Conviértete y cree en el Evangelio”, es otra fórmula que puede emplear el celebrante.
Según apuntan desde la Enciclopedia Católica, el nombre dies cinerum (día de cenizas) aparece en las primeras copias existentes del Sacramentario Gregoriano y probablemente data de por lo menos el siglo VIII, mientras que la costumbre de distribuir las cenizas se originó como “una imitación devota de la práctica observada en el caso de los penitentes públicos”.
Aún encontramos más contexto previo, ya que a partir del siglo II los cristianos iniciaban su preparación para la Pascua con dos días de ayuno y penitencia, prácticas que más adelante se extendieron a toda la Semana Santa.
Ya en el Concilio de Nicea, en el año 325, dicha preparación de la Pascua estaba establecida en 40 días, número que también hace referencia a los 40 días que Jesús pasó en el desierto, los 40 años en el desierto del pueblo de Israel y los 40 días de ayuno de Moisés en el Sinaí y de Elías en el Horeb.