Por: Margarita Feliciano
Hace apenas unos días fuimos testigos de otra de las tantas improvisaciones que se han vuelto rutina en este gobierno del PRM. Esta vez, la protagonista fue la ministra de Interior y Policía, Faride Raful, quien apareció sonriente y asintiendo junto al actual director de la Policía Nacional, Ramón Antonio Guzmán Peralta, cuando se anunció que las barberías no podrían operar después de las 12 de la medianoche.
Un anuncio que parecía sacado de una parodia: en un país donde la inseguridad crece, donde los delincuentes no conocen de horarios, se pretende limitar el trabajo honrado como si ese fuera el problema del crimen. Como si cortar pelo en la madrugada fuera una amenaza al orden público.
Y lo más alarmante es que la ministra, mujer preparada, con una carrera política que muchos admiraban, respaldó públicamente esa medida absurda con una actitud triunfalista, como si fuera un gran logro.
Pero no pasó mucho tiempo para que el pueblo hablara. La presión fue tan contundente que ni el propio presidente Luis Abinader pudo sostener la línea. Tuvieron que echarse atrás y salir con el viejo recurso de la “confusión”. Donde antes había una prohibición, ahora hay libertad de horarios. ¿Confusión? No. Improvisación, presión y rectificación obligada.
Luis Abinader ha dejado sin efecto al menos siete medidas, cinco de ellas oficiales, en la mayoría de los casos motivado por la presión mediática recibida por parte de ciudadanos que las consideraban inoportunas.
Recordemos la propuesta de reforma tributaria que se filtró tras las elecciones de 2020. Una reforma que pretendía imponer nuevos impuestos a productos básicos y servicios digitales, e incluso contemplaba gravar las compras por internet. La reacción fue inmediata. El rechazo fue tal que el presidente tuvo que anunciar públicamente que esa reforma no se sometería, dejando claro que el “pueblo no la aceptaría”.
A solo nueve días de haber tomado posesión, el presidente Abinader, en su primer gobierno, emitió el decreto 366-20, mediante el cual canceló a una gran cantidad de artistas, incluyendo al destacado folklorista Dagoberto Tejeda.
Su separación del Ministerio de Cultura fue cuestionada de inmediato por ciudadanos comunes y destacadas figuras de la sociedad, lo que obligó al gobierno a revocar la desvinculación al día siguiente.
En aquella ocasión, el consultor jurídico del Poder Ejecutivo, Antoliano Peralta, dijo que se trató de un “error”.
La misma justificación que utilizó recientemente la ministra Faride Raful para revertir la absurda regulación del horario de trabajo en barberías, tras las duras críticas de una población que la calificó de autoritaria, con muchos exigiendo su renuncia o destitución.
En el ámbito de la seguridad ciudadana, se han lanzado múltiples planes que comienzan con entusiasmo mediático y terminan siendo descartados o silenciados por su ineficacia. ¿Dónde quedó, por ejemplo, el llamado “Plan de Seguridad Ciudadana Integral” presentado con bombos y platillos? La delincuencia sigue campante, mientras las soluciones parecen improvisadas y desconectadas de la realidad.
Cada vez que se imponen decisiones sin consultar al pueblo, el pueblo responde, y el gobierno retrocede.
Y ahí está la verdadera reflexión que debemos hacernos como sociedad:
El pueblo dominicano ya no está mudo, ni sordo, ni ciego.
Hoy la gente está despierta, informada y con plena conciencia de sus derechos.
Y lo más poderoso de todo es que cuando el pueblo se une, dobla pulso, detiene abusos y cambia gobiernos.
Por eso es tan importante comprender que la unidad ciudadana es la herramienta más poderosa que tenemos.
Una unidad sin colores partidarios, una unidad que no responde a líderes, sino a principios.
Una unidad que defiende lo justo y rechaza toda disposición antidemocrática, abusiva o lesiva para los sectores más necesitados del país.
Porque ya no se trata solo de partidos, se trata de país.
Ya no se trata solo de quién gobierna, sino de cómo gobierna.
Y es el pueblo, organizado, unido y vigilante, quien debe asumir el rol de representar y fiscalizar, sin miedo, cada acción del poder.
Un pueblo unido no solo exige… también decide.
Y esa es la lección que este y cualquier gobierno debe aprender.