Washington, EE.UU.- En medio de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el sistema del Colegio Electoral vuelve a captar la atención y el escrutinio público. Este mecanismo, único en el mundo, ha sido parte del proceso electoral estadounidense por más de dos siglos, generando debates acerca de su vigencia y equidad.
El Colegio Electoral es un conjunto de 538 electores, un número que representa la suma de los 435 miembros de la Cámara de Representantes, los 100 senadores y tres electores adicionales correspondientes a Washington D.C. Para ganar la presidencia, un candidato debe asegurarse al menos 270 de estos votos.
Cuando los estadounidenses acuden a las urnas en noviembre, no están votando directamente por un presidente y un vicepresidente, sino por los electores que representarán su decisión en una segunda ronda de votación que tiene lugar en diciembre. El proceso culmina en enero, cuando el Congreso se reúne en una sesión presidida por el vicepresidente para contar y certificar los votos electorales.
Sin embargo, el sistema ha demostrado que ganar el voto popular no garantiza la presidencia. Esto quedó evidenciado en dos de las últimas seis elecciones, cuando los candidatos George W. Bush en el año 2000 y Donald Trump en 2016 ascendieron a la Casa Blanca sin obtener la mayoría de los votos a nivel nacional. Este desajuste se debe a la manera en que se distribuyen los electores entre los estados, favoreciendo a los estados más pequeños y rurales, que poseen una representación proporcionalmente mayor en el Colegio Electoral en comparación con su población.
“El Colegio Electoral es un sistema único y hecho a medida que creo que nadie volvería a crear hoy en día”, comentó Wendy Weiser, vicepresidenta para la democracia del Centro Brennan para la Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. Esta afirmación refleja la percepción de que, aunque el sistema fue diseñado en 1787 como un mecanismo para evitar el descontrol de las masas y la influencia extranjera, hoy en día genera cuestionamientos sobre su efectividad para reflejar la voluntad popular.
El diseño del Colegio Electoral también influye en las campañas políticas. Dado que 48 de los 50 estados emplean el sistema de “ganador se lleva todo”, los candidatos tienden a concentrar sus esfuerzos en un puñado de estados competitivos, conocidos como “swing states”, mientras que los estados firmemente demócratas o republicanos quedan en gran medida ignorados. Esta estrategia de campaña contraviene el objetivo original de que los candidatos atiendan a todo el país, no solo a las regiones más disputadas.
A pesar de su controversia, cambiar el Colegio Electoral no es una tarea sencilla. Cualquier reforma requeriría una enmienda constitucional, lo que implica la aprobación de dos tercios de ambas cámaras del Congreso y la ratificación de tres cuartas partes de las legislaturas estatales. Otra vía de cambio potencial es el Pacto Interestatal del Voto Popular Nacional, una iniciativa en la que los estados participantes se comprometen a asignar sus votos electorales al ganador del voto popular nacional. Aunque 17 estados y Washington D.C. ya se han sumado a este acuerdo, alcanzando 209 votos electorales, se necesitarían al menos 270 para que el pacto entre en vigor.
El Colegio Electoral sigue siendo un tema polarizante en la política estadounidense. Para muchos, es un baluarte de la representatividad federal y una salvaguarda contra el dominio de las grandes urbes en la política nacional. Para otros, es un anacronismo que impide que la presidencia recaiga en el candidato que realmente cuente con el respaldo de la mayoría de los votantes estadounidenses.