Colaboración: Alexandra Trott
El 8 de septiembre de 1839, en la ciudad de Puerto Plata, nacía uno de los grandes héroes de la historia dominicana, cuya lucha cambiaría el destino de la nación: Gregorio Luperón. Su vida se entrelazó profundamente con la Guerra de Restauración (1863-1865), un conflicto que devolvería la soberanía a la República Dominicana tras la anexión a España.
Luperón era hijo de Pedro Castellanos, un dominicano blanco de clase media que nunca lo reconoció, y de Nicolasa Luperón, una mujer negra cuyo origen ha sido debatido por los historiadores. Este origen humilde y las dificultades familiares marcaron los primeros años de Gregorio, pero también forjaron su carácter. Desde muy joven, se vio obligado a trabajar para ayudar a su familia, pero su espíritu inquieto lo llevó a buscar siempre algo más. A los catorce años, consiguió empleo bajo la tutela del comerciante Pedro Eduardo Dubocq, quien lo acercó a una vasta biblioteca que se convertiría en su escuela autodidacta. Allí, Luperón no solo aprendió de libros, sino que también adquirió conocimientos en inglés, habilidades que le serían útiles en el futuro.
Mientras Luperón crecía, la joven República Dominicana vivía tiempos inciertos. El país, que había proclamado su independencia en 1844, estaba tratando de definir su identidad y consolidarse como nación. Gregorio fue parte de esa primera generación de dominicanos libres que, a pesar de las dificultades, comenzaron a construir una idea de patria propia. En 1857, con solo dieciocho años, Luperón participó activamente en la Revolución contra Buenaventura Báez, mostrando desde temprano un liderazgo innato y una valentía excepcional.
El gran desafío para Luperón llegó en 1861, cuando la República Dominicana fue anexada a España por el general Pedro Santana. Luperón, como muchos otros jóvenes patriotas, se negó a aceptar esta anexión y rechazó firmar el acta que la hacía oficial en cada pueblo. Para él, este acto de sumisión no era solo una traición a la patria, sino una causa por la cual luchar hasta las últimas consecuencias. “El camino que nos espera es largo y oscuro”, escribió en aquellos días, “pero es un sendero que debemos recorrer para cumplir con nuestro deber sagrado: la revolución”.
La pasión por la independencia llevó a Luperón a involucrarse en los primeros levantamientos armados contra la anexión española. En 1862, fue encarcelado por su participación en estas rebeliones, pero logró escapar milagrosamente y huyó del país. Durante su exilio, vivió en Puerto Príncipe, Nueva York, México y Jamaica, donde planificó su regreso a la patria para unirse a la lucha por la restauración de la independencia dominicana.
El 16 de agosto de 1863, la chispa de la Guerra Restauradora se encendió con el Grito de Capotillo, un grito que resonaría en todo el país. Dos días después, en Guayubín, se libraba la primera batalla entre las fuerzas restauradoras y las españolas. Luperón, decidido a jugar un papel crucial en este momento histórico, se unió a las tropas en Santiago y participó en la victoria sobre el brigadier Manuel Buceta. Esta victoria permitió a los restauradores tomar el control de Santiago y marcar el inicio de una serie de triunfos que conducirían a la retirada española.
En septiembre de 1863, tras la victoria, Luperón fue propuesto para asumir la presidencia del gobierno restaurador, pero él prefirió permanecer en el campo de batalla. Para Luperón, su misión no estaba en los cargos políticos, sino en la lucha directa por la libertad de su pueblo. Aun así, su nombre figura entre los primeros firmantes del acta de independencia del 14 de septiembre de ese año, un documento que denunciaba la anexión como una imposición y no como la voluntad del pueblo dominicano.
Luperón demostró ser un estratega militar astuto, llevando a cabo una guerra de guerrillas que desgastó significativamente a las fuerzas españolas. Bajo su mando, las tropas dominicanas recuperaron terreno hasta que, el 11 de julio de 1865, los españoles se vieron obligados a abandonar la isla. Con la victoria, la independencia dominicana fue restaurada, y Gregorio Luperón se consagró como uno de los héroes indiscutibles de la historia del país.
Sin embargo, la restauración no trajo paz inmediata. La política dominicana continuó siendo turbulenta, y Luperón emergió como un líder del Partido Liberal, oponiéndose a los conservadores y enfrentándose nuevamente a Buenaventura Báez. En 1866, formó parte del Triunvirato que dirigió el país, y en 1879 asumió brevemente la presidencia, impulsando reformas importantes para modernizar la nación.
Su legado no solo se encuentra en su papel en la guerra, sino también en su constante oposición a la anexión por parte de los Estados Unidos y su lucha contra la tiranía. A lo largo de su vida, Luperón rechazó las tentaciones del poder personal y permaneció fiel a su ideal de libertad y justicia para la República Dominicana.
Gregorio Luperón falleció el 20 de mayo de 1897 en su ciudad natal, Puerto Plata. Con sus últimas palabras, expresó su filosofía de vida: “Los hombres como yo no deben morir acostados”. Y así es como el pueblo dominicano lo recuerda: un hombre de acción, un líder incansable y un símbolo eterno de la resistencia y el patriotismo. Su vida y legado continúan inspirando a generaciones, consolidando su lugar como uno de los grandes héroes nacionales que lucharon por la soberanía y la democracia de la República Dominicana