Por Kilsys Almonte Jiménez
En las últimas semanas, un tema ha estado rondando mis pensamientos: los motorizados y su lugar en el tránsito. Mi perspectiva sobre ellos ha cambiado gracias a experiencias personales, especialmente al usar los servicios de motor Uber, lo cual, para mi sorpresa, ha resultado ser más positivo de lo que imaginaba.
En el proceso de observar y analizar el manejo de los motociclistas mientras conduzco un automóvil, he notado algo que va más allá de los estereotipos negativos. He tenido conversaciones con algunos de estos conductores, escuchado sus comentarios sobre el tráfico y visto cómo tocan bocina para advertir de peligros y cómo manejan con precaución. Sí, hay excepciones, pero ¿no las hay en todas partes? En todas las áreas de la vida existen quienes actúan de manera temeraria, y los motorizados no son la excepción.
Si retrocedemos algunas décadas, nuestras ciudades carecían de una adecuada señalización y educación vial. Aunque aún queda mucho por avanzar, hemos progresado. No obstante, la percepción general sobre los motorizados sigue anclada en el pasado. Es cierto que existe un tipo de usuario de motocicleta, en su mayoría en sectores marginados, que desafía las normas y pone en riesgo su vida y la de los demás, pero ¿es justo generalizar y etiquetar a todos los motorizados por las acciones de unos pocos?
El tránsito es un espacio donde frecuentemente nos enfrentamos, no solo con motociclistas, sino también con conductores de automóviles y hasta con peatones. Todos compartimos una responsabilidad colectiva. A menudo, las “peleas” en el tráfico se deben tanto a la imprudencia de otros como a nuestras propias fallas: distracciones con el celular, mirar una aplicación GPS sin la debida precaución, o no tomar en cuenta los puntos ciegos del vehículo.
Soy la primera en admitir que he incurrido en algunos de estos comportamientos. Por ello, propongo que miremos el tránsito desde una perspectiva diferente, una que permita reconocer la humanidad detrás de cada conductor, motorizado o transeúnte. Invito a cambiar la narrativa del tráfico, no solo como un espacio de quejas y conflictos, sino como una oportunidad para fomentar la empatía y la convivencia.
Reconocer nuestros propios errores y ver a los demás con una mirada comprensiva es el primer paso para transformar nuestros recorridos en experiencias más seguras y humanas. Cambiemos la conversación del tránsito y aprovechemos la oportunidad de enriquecer la interacción con quienes compartimos el espacio vital de nuestra ciudad. Porque, al final, todos somos compañeros en este viaje llamado vida.