Esta semana se volvió viral un video de un hombre en San José de las Matas, captado en cámara en el momento en que sustrajo un bizcocho con todo y mantel, mientras se celebraba una boda.
El hombre que fue inmediatamente apresado por la policía se identificó como Gregorio Antonio Fernández, quien admitió haberse llevado el pastel y ofreció una disculpa pública, dijo que lo iba a pagar, pues pensó que se trataba de un bizcocho de cartón que habían dejado abandonado.
Las imágenes corrieron como pólvora, y la justicia actuó con una rapidez casi ejemplar.
Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿dónde está esa misma eficiencia cuando los acusados no son hombres humildes, sino funcionarios, empresarios o médicos con poder?
¿Dónde están los responsables de las 238 muertes del Jet Set?
¿Los corruptos de odebrecht?
¿Los del fraude de INABIE ?
O ¿Los del Centro Oncológico del Cibao que simulaban entregar medicamentos a pacientes de cáncer que luego desviaban el dinero para sus propias cuentas?
En este país, parece que la justicia tiene balanza, pero no equilibrio. Se mueve ligera cuando se trata de castigar al pobre, pero se vuelve de plomo cuando el acusado viste traje y maneja influencias.
El hombre del bizcocho al igual que el del racimo de plátano, el que se robó un chivo o el de las 5 libras de yuca fue exhibido, humillado y procesado.
Los otros, los del dinero y verdaderos sicarios del presupuesto público, siguen brindando tragos en sus oficinas.
Y Sin ofrecer disculpas ni pisar una celda, han devuelto miles de millones de pesos, como si devolver lo robado también borra el delito.
Sin justificar al ladrón del bizcocho, cabría preguntarse: ¿por qué no tener el mismo trato con quien, además de devolver lo que tomó, está dispuesto a pagarlo?
Porque aquí la justicia no es ciega: ve perfectamente quién tiene poder y quién no… y hasta que eso no cambie, seguiremos viendo más PRESOS por hambre… y más LIBRES por corrupción.